lunes, 5 de julio de 2010

Una princesa



Hace mucho tiempo, en un castillo viva una princesa llamada Anee. Ella tenía el cabello negro, piel blanca, ojos verdes, su cabello era largo, le llegaba a la mitad de la espalda; era educada, amable, honesta, era muy buena persona. Pero a pesar de eso se sentía sola, atrapada en un mundo de gente superficial. Quería escapar y no volver. Pero no podía, no tenía el valor.

- Anne, deja de leer y vístete rápido. Ya es hora de la fiesta de tu padre – La riñó su madre, la reina.

Todos le decían a la princesa que debía casarse pronto y que no era bien visto que una mujer leyera algo que no fuera sobre la educación necesaria y como aprender a ser una perfecta esposa y madre. Pero ella amaba leer de todo tipo, en especial novelas, mitos, leyendas y fantasía.

Al bajar a la fiesta Anne lucía un hermoso vestido azul claro, que brillaba; una tiara de plata fina y llevaba suelto su ondulado cabello. Su maquillaje era muy simple, un poco de rímel, sobras azul pastel y gloss transparente. A Anne no le gustaba maquillarse demasiado, creía que todo eso era superficial. Todos la observaron maravillados en cuanto bajo por las escaleras y ella tenía una sonrisa forzada en sus labios.

- Mi princesa, ¿me haría el honor de concederme esta pieza? – Preguntó en Duque Archivald que quería casarse con ella. Lo peor era que sus padres lo aprobaban, decían que era un buen partido para alguien de su condición. Pero ella buscaba a alguien especial; a alguien que no fuera egoísta, ni materialista y que fuera muy lindo; que la quisiera por quien era no por lo que era. Y Archivald era todo lo contrario, lo único que quería era ser rey y no para ayudar a la gente como la ojiverde lo deseaba. Y aun así sus padres la obligarían.

- Si – acepto fingiendo entusiasmo y esforzándose para bailar con el al compas de la música. Tantos años bailando igual era muy aburrido. Bailaron un par de canciones lentas y su madre la llamo para darle una muy desagradable noticia.

- Anne, hija mía. El conde Duque nos a pedido a mi y a tu padre tu mano en santo matrimonio. – le anuncio la reina con entusiasmo mal disimulado. La ojiverde no lo podía creer, estaba en shock. Ella no quería casarse, no con alguien a quien no amara y nunca podría llegar a amar. En ese momento supo lo que tenía que hacer. Escapar.
- Madre yo no… - comenzó a decir pero enseguida se arrepintió, digiera lo que digiera la obligarían. – me siento bien, así que me retirare, buenas noches. – Y con un beso en la mejilla la reina solo asintió.

Anne saco dinero, lo suficiente pare sobrevivir un largo tiempo. Se cambio la ropa y ahora vestía unos pantalones aguados color café, una blusa vieja color amarillo y una capa larga negra; se puso la capucha y salió por la ventana. Y por primera vez en mucho tiempo se sintió libre.

Camino por las calles buscando donde pasar la noche. Vagó durante horas hasta encontrar una pobre y pequeña posada. Entro sin pensarlo, simplemente algo la llamaba hasta ahí; la contemplo. Ya no se veía pequeña, pero tampoco era muy grande, necesitaba algo de limpieza y pintura.

- ¿Le puedo servir en algo señorita? – le preguntó una señora de unos 65 años. Ojos marrones, morena y cabello castaño muy claro y canoso.